Unos ponen cara de disgusto y sueltan el tenedor y otros lo devoran con gusto. Y es que para gustos se hicieron colores,
algo que queda aún más patente con los sabores amargos. Un estímulo amargo es 10.000 veces más fuerte para el cerebro que uno dulce y sirve para avisar a nuestro cerebro de venenos como la cucurbitacina, presente en calabacines, pepinos o calabazas, de la tomatina que contienen los tomates verdes y de la solanina de las patatas.
Algunas personas perciben estos sabores con tanta fuerza que les resulta imposible consumir verduras ligeramente amargas como los rabanillos, la achicoria, la endivia, la col o las espinacas.
Pero para la mayoría de nosotros, los sabores amargos son bastante agradables y disfrutamos de la cerveza pilsen y del chocolate negro con gusto.
Pero si una nota amarga se hace más fuerte con cada bocado, la señal de parada acaba llegando. Para quienes tienen un gusto muy sensible, lo amargo actúa como un freno.
Y es que quien evita las sustancias amargas o simplemente no las nota suele comer bastante más, según afirman los científicos, sobre todo más grasas.
Por ello es lamentable que los productores y la industria alimentaria hayan ido eliminando de nuestros alimentos las sustancias amargas, que estimulan la digestión y son realmente saludables.
Pronto sólo nos amargará la vida el famoso bíter... Mientras, salud y... ¡qué aproveche!